Fernando Ónega, Jon Favreau, Charlie Fern, Phil Collins… A pesar de ser una lista de nombres con personas de edades muy diferentes, profesiones distintas y generaciones diversas, a todos les une una profesión en común: son o han sido logógrafos de políticos de primera línea en algún momento de sus vidas. Speechwriters. Sus “escritores de discursos”.

La revista Rolling Stone España publicó hace unas semanas un artículo de Eva Cruz en la que analiza esta todavía desconocida profesión en España de la mano de profesionales como el propio Ónega, David Redoli, profesor del Postgrado de Asuntos Públicos (PDAP) o Daniel Ureña, Socio Director de MAS Consulting Group.

Una profesión que ha tenido un desarrollo diferente en los países anglosajones en relación a España. En los primeros es una figura reconocida, de cierto prestigio en la que una persona traduce a palabras lo que el Presidente o el Primer Ministro de turno tiene o quiere decir a los ciudadanos. Una “labor artesanal” para la que además de saber escribir bien se necesita cierta “química” con el político para quién se escribe.

Sin embargo, en España su evolución se ha tornada algo más oscura hasta el punto de ser un trabajo en la sombra, un cargo de confianza del que apenas se conocen más datos de si es un hombre o una mujer. El motivo: parece ser que reconocer que otra persona escribe los discursos de los políticos es reconocer la incapacidad de estos para hacerlo. Pero como destaca Redoli en el artículo “prefiero que los políticos empleen el tiempo en gestionar y gobernar, no en escribir sus discursos”.

“Puedo prometer y prometo”, “Yes, we can!” o “España va bien”, son frases que quedan en el recuerdo de los electores y que algún día salieron de la pluma o el teclado de un profesional que escribe en un papel el mensaje que un político tienen en la cabeza. Aunque según en qué países esto sea una tarea de más o menos prestigio.