Roberto Rodríguez Andrés, Director de Comunicación del Grupo Amma e investigador sobre comunicación política y campañas electorales, publica hoy esta tribuna en El Mundo.

 La segmentación del electorado es un principio básico para los expertos en campañas electorales. Conocer a fondo cómo son los votantes, determinar los grupos a los que hay que dirigirse de forma prioritaria y diseñar una estrategia concreta para conseguir el mayor número de votos en esos segmentos son factores que hoy día, con elecciones cada vez más ajustadas, se perfilan como decisivos en cualquier campaña.

 En Estados Unidos, por ejemplo, llevamos años asistiendo al esfuerzo sistemático de los partidos por conquistar el voto de los inmigrantes, principalmente el voto latino, por la fuerza que tiene en el recuento final. De hecho, son muchos ya quienes aseguran que los más de 40 millones de hispanos que residen en ese país serán la clave para decidir el próximo inquilino de la Casa Blanca.

 Y, en este contexto, nadie puede negar que los mayores se han convertido en España en una fuerza electoral de primer orden, que podría tener también en sus manos el nombre del próximo presidente. En las últimas elecciones, las municipales y autonómicas de 2007, había 7,4 millones de electores mayores sobre un censo electoral total de 33,7; es decir, que el 22% de las personas con derecho a voto tenía más de 65 años. Si a esto sumamos que estos electores tienen unas tasas de participación mucho más altas que las que se recogen en segmentos de población más jóvenes, no es difícil comprender la importancia de cuidar al máximo a este colectivo de cara a la próxima cita con las urnas, en la que las encuestas vaticinan una distancia mínima en la intención de voto entre los dos grandes partidos.

 ¿Qué hacer, pues, para conquistar a este electorado? Históricamente, los políticos se han dirigido a las personas mayores durante las campañas con un argumento casi único: las pensiones. Ya en 1979, en las primeras elecciones tras la aprobación de la Constitución, el gobierno de UCD las subió un 14% poco antes de los comicios, una medida que fue duramente criticada por la oposición, que la tachó de electoralista. Pero la realidad es que, desde entonces, todos los partidos han recurrido a este argumento de una u otra forma. Todos prometen en campaña que subirán las pensiones y, a la vez, suele ser también muy frecuente que se recurra al denominado “voto del miedo”, esto es, acusar al partido contrario de querer reducirlas o incluso suprimirlas para alarmar a los jubilados y hacerse así con su voto.

 Las pensiones son muy importantes, porque no hay que olvidar que numerosos estudios de comportamiento electoral atribuyen a la marcha de la economía, tanto global como, sobre todo, personal, una incidencia muy destacada sobre la decisión de voto, de tal forma que la valoración acerca de la buena o mala situación económica y la perspectiva de cómo afectará esta situación al propio bolsillo, es un elemento que se tiene muy en cuenta a la hora de sopesar las razones de votar a uno u otro partido. Y en el caso de los mayores, con un condicionante especial, y es que ellos, según se ha puesto de manifiesto en un reciente informe del IMSERSO, no sólo piensan en su propia situación sino que se dejan influir de manera muy especial por la que afecta a sus hijos, puesto que la familia es uno de los elementos que consideran más importante en la vida, por encima a veces de sus propios intereses.

 Pero aun siendo importantes, las pensiones y la situación económica en general no deben ser tomadas por los partidos como los únicos elementos con los que influir sobre la decisión de voto de los mayores. Los estudios sociológicos realizados en los últimos años demuestran que hay otra serie de valores a los que conceden mucha importancia, como la sanidad, la seguridad y el orden público, la estabilidad política o la lucha contra la corrupción. Y también otros factores más vinculados con la valoración de los líderes, como son la firmeza, la autoridad, la capacidad, la cercanía o la simpatía personal. 

 El panorama para los partidos no es, por tanto, nada sencillo, y los esfuerzos para conquistar el voto de los mayores no pueden reducirse a la promesa de una o dos medidas estelares durante la campaña, porque la experiencia que dan los años les han hecho ser descreídos ante la política y escépticos ante los anuncios electorales. De hecho, y volviendo de nuevo al último informe del IMSERSO, el 80% de los mayores españoles reconoce que “pasa” de la política, porque creen que no les da soluciones a sus principales problemas.

 

 La sensación de que los políticos sólo se acuerdan de ellos en las campañas electorales ha hecho mella en buena parte de este electorado. Y quizá por ello estamos asistiendo en los últimos años a un creciente asociacionismo entre los mayores para la defensa de sus intereses e incluso a la creación de pequeños partidos que tienen entre sus objetivos fundamentales la representación de este colectivo. El nacimiento de estos partidos, por encima de que sus resultados sean aún exiguos, puede ser síntoma de que empieza a haber un cierto descontento con las formaciones tradicionales. A esto se suma, según puso de manifiesto un informe de CEOMA, que los mayores apenas están representados en las instituciones públicas, por lo que no sienten que su voz sea escuchada.

 No hay que olvidar, además, como a veces ocurre, que las personas de más de 65 años no son un grupo homogéneo y que, por tanto, el diseño de los programas electorales no debe hacerse pensando en ellos de esta forma. En primer lugar, y aunque resulte un juego de palabras, porque cada vez hay más mayores más mayores. Es decir, que el concepto de tercera edad se ha quedado obsoleto porque hoy día las personas de 65 años, recién jubiladas, activas socialmente, que gozan de buen estado de salud, no tienen nada que ver con las que en España superan ya los 80, que son más de 2,1 millones, según los últimos datos del censo. Podría hablarse entonces, siguiendo la catalogación tradicional, de tercera, cuarta y hasta quinta edad. Y entre ellas hay diferencias en el estado físico y mental, pero también en el tipo de vida que han llevado, lo que puede condicionar igualmente sus actitudes ante la política.

 Por ejemplo, los mayores de 80 años vivieron la Guerra Civil, la dureza de la postguerra, la penuria y el hambre, y una sociedad muy tradicionalista, rural y conservadora. Sin embargo, los que hoy tienen entre 60 y 65 años, es decir, aquellos que se van acercando a la jubilación y empiezan a tener en cuenta este tipo de asuntos de cara a un próximo futuro, vivieron en su juventud una época de mayor aperturismo, desarrollo económico, menos penurias, en un entorno progresivamente más urbano y con mayores posibilidades de formación y de independencia y, además, experimentaron en primera persona la transición a la democracia y el caminar de una España en libertad. Y, desde luego, la inmensa mayoría de ellos no se consideran “mayores”.

 Tratar por igual a todos los electores que superan los 65 años es, por tanto, un craso error, que puede tener repercusiones muy negativas en el diseño de las estrategias electorales. Y este error se repite insistentemente en todas las encuestas de opinión que se realizan en nuestro país. Cuando se hacen cruces por edad se suele clasificar a los ciudadanos en grupos homogéneos que abarcan un periodo de unos diez años (“de 24 a 35”, “de 36 a 45”, etc.), menos en el caso de los mayores, en los que el grupo se define con un genérico “más de 65”, ampliando el rango hasta el infinito y sin tener en cuenta las diferencias que hemos citado y, por tanto, sin poder establecer conclusiones más ajustadas a la realidad de este colectivo.

 Estamos viviendo una campaña electoral en la que la atención se está centrando de forma prioritaria en el voto joven, con profusión de vídeos y mensajes lanzados a través de Internet. Y, en verdad, ya era hora de que nuestras campañas utilizaran estos medios con la importancia que tienen hoy día. Pero Internet, hoy por hoy, no es un medio rentable para conquistar el voto de la gente mayor. Y, por tanto, los partidos deberán esforzarse en diseñar campañas específicamente dirigidas a ellos, pero no tomándolos como una masa uniforme sino analizando cuáles son los subgrupos en los que se divide este sector de población y viendo cuáles son las necesidades específicas de cada uno de ellos. Habrá que estudiar cuáles son sus preocupaciones y aspiraciones, sus referentes de opinión, las vías a través de las cuales se informan, sus valores de referencia y las posibles diferencias que puede haber entre quienes viven en las ciudades y en el entorno rural, o entre hombres y mujeres, por ejemplo. Eso es algo que el mundo de la publicidad lleva haciendo ya varios años, con éxitos más que notables en términos de venta. La llamada generación “baby boomers”, que ahora tienen entre 50 y 65 años, es un sector cada vez más codiciado. Las marcas de cosmética y belleza, por ejemplo, se han lanzado en los últimos años a diseñar campañas específicas para los hombres y mujeres de esta edad, y lo mismo está ocurriendo en otros muchos sectores económicos. Es hora de que los estrategas electorales de los partidos abran un periodo de reflexión para dar respuesta a las necesidades reales de los mayores, abandonando los tópicos a los que les tienen acostumbrados, porque sólo así podrán recoger los beneficios de esta acción en forma de apoyo en las urnas.